lunes, 25 de mayo de 2009

Un parto de noche

Y muchas veces pasó que me llamaran por un parto cuando ya estabamos cenando. Esto no es de lo mas alegre para el veterinario que ha estado todo el día trabajando en la manga, y disfruta de ese rato en familia, en el calor del hogar.
Aquella vez comíamos algún manjar que las sabias manos de Lily habían preparado, cuando sonó el teléfono. Los chicos estaban bañados y listos para ir a la cama temprano despues de la cena. Era por una vaquillona que no paría, en un campo a unos diez kilómetros del pueblo.
Como siempre, los cuatro mayores quisieron acompañarme. Los partos de noche son una gran aventura para los chicos. Se divierten mucho viendo un lindo ternero nacer alumbrado con algún farol, o con las luces del auto. Además, los míos tenían un código familiar por el que apostaban un alfajor al sexo del ternero por nacer. Alfajor que por supuesto pagaba yo, a los ganadores por haber acertado, y a los perdedores para que no se pusieran tristes.
La cuestión es que se vistieron y se abrigaron mucho porque el frío era cortante. Las noches de invierno en San Manuel suelen ser muy frías, y aquella vez, aunque eran alrededor de las nueve, ya estaba por empezar a helar. Partimos entonces para el campo, mientras la madre se quedaba en casa con Lucía, que todavía era muy chiquita para esos trotes.
Teníamos un Falcon ´83, con motor 221 y tapizado de cuero. Un máquina bárbara que nos llevó calentitos hasta el campo. Adelante venía Flopy, por ser la mayor, y atras se amontonaban Juliana, Agustina y Juancito. Llegamos a la tranquera y Flopy se bajó a abrir. Hacía tanto frío que el aliento se le iba en una nubecita de vapor mientras maniobraba con la cadena. En realidad, el dueño de las vacas no vivía en ese campo. Había arrendado un potrero para pastoreo y se había hecho una llegadita a última hora para darles una recorrida. Ahí se encontró con la parturienta pidiendo ayuda.
Pasamos algunos guardaganados y nos encontramos con Raúl, que nos estaba esperando.
¿Como andás Raúl? ¿Y la vaquillona?
¡Seguime! Me dijo. Está en el medio del potrero. La vas a tener que enlazar porque anda parada.
¡Uh! Pensé. Ya empezamos. Me puse las botas de goma, el mameluco y preparé el lazo. El frío seguía creciendo, y ya se notaban algunos pastos blancos a la luz de los vehículos.
¡Vamos! Le dije. Los chicos, de lo mas contentos con el asunto, charlaban y se reían. De golpe aparecieron los ojos de la futura mamá, rojos al resplandor de los faros. Le hice señas a Raúl de que parara, y a los chicos, les recomendé que estuvieran quietos hasta que la agarrara. Las vacas en trance de parto pueden parecer muy doloridas e indiferentes mientras no se las molesta, pero basta que uno las enlace, para que salgan disparadas como flechas. Es muy importante entonces no errar el primer tiro de lazo porque sinó, es probable que no se las pueda agarrar mas. Sobre todo en medio de un potrero enorme, a pie y de noche.
La cuestión es que me fuí acercando despacio por la oscuridad hasta que estuve a tiro. Revolee la cuerda y ya se la puse como una corbatita. El chiste es que la doña, tal como lo preveía, se dió vuelta y saliendo de los conos de luz de los faros, se perdió corriendo en la oscuridad, conmigo haciendo fuerza y tratando de pararla. La escarcha que se había depositado sobre los pastos no me dejaba hacer pié. Por fin, se le fueron terminando las energías y se paró. Raúl la volvió a enfocar con la camioneta y se bajó a ayudarme mientras yo tomaba aire. De pronto se sintió la voz de Juancito que apareciendo de golpe en la luz, llegó a agarrarse de la punta del lazo...¡Yo te ayudo papá! No había aguantado la emoción y se había largado corriendo detras mío.
Despues que la volteamos y maneamos, acerqué el auto y las chicas, divertidas con la hazaña de su hermanito, ayudaron con la cesarea, que se fué entre charla y risas. Alguna me enhebró las agujas, otra me alcanzó el antibiótico o las tijeras, y pronto sacamos un lindo ternerito negro, que antes de terminar las suturas ya se había parado temblando, y buscaba a tientas las tetas de su mamá, para darse la primera panzada de su vida.
No me acuerdo si también lo bautizaron, porque esa era otra costumbre que tenían.
Están buenos los partos de noche. He hecho decenas, y siempre se disfruta el silencio enorme del campo, solamente cortado a veces por los balidos de algun ternero destetado o el chistido de las lechuzas; y la imponencia del cielo, tan lleno de estrellas y con esa negritud tan negra que no se vé en las ciudades.
Antes de soltar la vaquillona, alejamos lo mas posible los vehículos para asegurarnos de que al pararse, se quedara con su ternero. De no hacerlo, lo mas común es que, sobre todo las primerizas, se alejen corriendo del "quirófano", dejando un pobre hijo sin su madre. Con cuidado le sacamos las sogas y nos fuimos lo mas rápido posible de su lado. Desde unos cien metros la volvimos a enfocar con las luces, y allá estaba la muy bonita, tratando de acercar a su ternero a la ubre, bien llena de rico calostro.
¡Que bueno! Hay imágenes que quedan guardadas en nosotros y seguramente, aunque no la recuerden en el momento, los chicos, igual que yo, tendremos esa foto en nuesto album.

2 comentarios:

  1. Jorge a mi tambien me emocionan esas cosas, llamarlo a Pancho a las 2 de la mañana porque "la 42" rompió bolsa hace rato y nada.... que el dr venga con una helada tremenda, siempre bien predispuesto..los nervios hasta que vi la luz de la saveiro (aun hoy no me acostumbro a la ranger roja) ... tranquilo Gustavo ...va a andar todo bien... La linterna, las soguitas y el milagro se repite! -vivo? ,le pregunto tapandome los ojos... y cuando los abro lo veo al Pancho girando como una calesita con el recién nacido..
    Unos mates a la madrugada, la Istilart nº 3 encendida .... y el discipulo de Spinelli se vuelve a La Dulce,

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  2. que lindo cuento Jorge!
    mercedes lizaso

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