lunes, 22 de agosto de 2016

Dos cabezas y un ternero



La enorme vaca negra amaneció con las patitas del ternero asomando apenas entre sus labios vulvares. Ante el gran tamaño y desarrollo de la cavidad pelviana de la mamá, decidimos sacar el ternero haciendo tracción con sogas. 
De todas maneras, al comenzar a tirar, notamos mas resistencia que de costumbre, por lo que finalmente tuvimos que hacer fuerza entre tres personas hasta lograr que cediera.
Al terminar la maniobra vimos lo que pasaba, La criatura tenía dos cabezas perfectamente formadas emergiendo cada una de un segmento cervical distinto ¡Muy bonito! 

domingo, 21 de agosto de 2016

Paciente en apuros


Llegué al campo muy rápido. Roberto me había llamado al amanecer para decirme que una vaquillona no podía parir y que me la dejaba encerrada en la manga. Él se tenía que ir a dar de comer a los corrales.
-¿Te arreglás solo?- Preguntó
-¡Voy a tratar! ¡Cualquier cosa te llamo!-
Cuando la pequeña futura mamá me vio llegar sin Juan, mi hijo y colega, se alarmó:.
-¡Buen día dotor! ¿Le parece que va a poder sacarme al nene de adentro? Vea que estoy así desde anoche y este es hijo del toro Beto que es una bestia...-
-¡Vos quedate tranquila y pasá nomás por la manga que te reviso y vemos!-



Antes de que la pobre tuviera tiempo de asustarse mas, le hice unas elegantes maniobras y en un rato le ayudé a tener un hermoso ternero macho.
Mientras me lavaba y desinfectaba, el tipito se puso trabajosamente de pie y empezó a olfatear la ubre calentita para darse el primer festín.

viernes, 19 de agosto de 2016

La revancha de Evaristo

A medida que Evaristo Martínez se fue poniendo viejo, su espalda cambió de ángulo lentamente. De estar derecha como un asador en los años mozos, haciendo que Evaristo luciera muy galano sobre caballos impecables, a la lamentable inclinación hacia adelante con que se mostró en su vejez. Tanto que los muchachones del pueblo le terminaron diciendo “el busca-hormigas”.
Allá iba Evaristo haciendo a pie sus mandados matinales, escasos como corresponde a un jubilado. Tan inclinado al frente que parecía caerse a cada paso, y haciendo extrañas contorsiones para ver quién era el que lo saludaba a la pasada, con el típico ¡Uep! ¡Evaristo!, tan propio de San Manuel.
Nadie lo decía, pero todo el mundo pensaba que el pobre infeliz ya nada podría hacer en su vida con semejante deformación.
Pero pasó lo que tenía que pasar.
Cuando se jubiló, se vino a vivir a su casita en el pueblo y se trajo dos caballos que quería más que a sus ojos. Un picazo medio desecho por el trabajo, y un moro que era su orgullo para enlazar en las yerras. Los mantenía en los terrenos baldíos, o en alguna quintita de atrás de la vía, gracias a la generosidad de los vecinos.
Una mañana fue a ver sus animales. Desde hacía una semana los había metido en un potrerito cerca de la Estación, con bastante pasto bueno y un rincón plagado de cicuta. Se ve que el moro había andado extrañando y recorriendo de punta a punta el terreno, porque apareció en medio del cicutal. Evaristo, siempre agachadito, se metió entre las plantas altas y, como siempre miraba el suelo, entre unas ramas podridas le llamó la atención un pedazo de madera. Con el palito que llevaba en la mano removió un poco las malezas y se dio cuenta que esa madera no era solo un pedacito roto. Trabajosamente se hincó y empezó a limpiar con sus manos, hasta que apareció completa una caja de madera y hierro. Contaba Evaristo que en ese momento pensó que era un cajón de herramientas,  pero jamás se imaginó que al abrirlo se encontraría con pilas de monedas de oro y un montón de cartas viejas atadas con una cinta.
Loco de contento corrió hasta su casa y se pasó el resto del día leyendo las 62 cartas que había en la caja. Contaban la historia de amor de Luciano Garay y Amelia López, casi cien años antes, cuando en la zona todavía andaban algunos malones. La caja la había enterrado ella, por miedo a los indios, poniendo a salvo los ahorros de toda su vida y el testimonio de sus más íntimos sentimientos. Según supo después Evaristo, los dos murieron lanceados salvajemente por los infieles.
Evaristo se quedó con su “tesoro”. Vendió algunas monedas, se compró el campito del milagro, y hoy pasa sus tardes en el club tomando la copa, y jugando al tute con los amigos.

Siempre agachadito. Pero ya no le dicen “el busca-hormigas”, ahora es Don Evaristo.

Esperanzado

Sabrán los lectores de este sitio que no es común encontrar aquí opiniones políticas, pero hoy “pinto” hacer algún comentario.
Deseo fervientemente que este nuevo gobierno siga trabajando como hasta ahora. Con conocimientos, con transparencia, con vocación y con enormes ganas de hacer que por fin, nuestro país sea el lugar con el que soñamos la mayoría de los argentinos.
Porque hay que tener enormes espaldas y una mente poderosa para aguantar la pesadilla que le dedicaron, aún antes de asumir, los ladrones, mentirosos, hipócritas e insensibles que todos conocemos. Creo que la cárcel y la devolución de lo robado sería un lindo paso como para bajarles el copete.

¡Acá hay un tipo muy esperanzado! 

jueves, 18 de agosto de 2016

En torno a la salud

Lo supe hace un tiempo y me alegró. Se están creando grupos en todo el mundo, que se oponen al sobrediagnóstico médico.
La cuestión es que hay una creciente demanda de atención de la salud humana, generando una industria floreciente en torno a la medicina.
Y como toda industria necesita ganancias, a través de la publicidad y de importantes incentivos a los profesionales médicos, logran que la demanda de servicios siga aumentando. El círculo se cierra perfectamente.
Algo de esto sucede también en algunos sectores de la medicina veterinaria. Lo vemos sobre todo con las mascotas y los caballos deportivos.
¡Pero hay que parar la mano! O al menos gritar bien fuerte que hay otra manera de vivir.
Si algún hipocondríaco siguiera al pie de la letra las recomendaciones increíbles que hacen desde los medios, seguramente visitaría el consultorio médico al menos una vez por mes. Esto no es normal ni bueno para el paciente, ni para el sistema de salud.
Vemos que los centros de atención están colapsados, las obras sociales en su mayoría dando pésimos servicios y pagando peor, las prácticas médicas hechas a las apuradas y en serie, y a  muchos mayores de cincuenta años, tomando de por vida cinco o seis medicamentos diarios.
Creo que si cada uno de nosotros se limitara a requerir del médico lo mínimo indispensable estando sano, solicitando atención solo en casos reales de enfermedad, muchos de esos males tenderían a corregirse.
De todas maneras, tampoco llegar a los extremos como el mío, que deben ser la delicia de cualquier obra social. Visité un clínico hace casi diez años cuando tuve la culebrilla y a un odontólogo, hace ya cuatro años, por unos arreglos en dos muelas.
Aunque parezca mentira, llegué a los cincuenta y ocho años en la plenitud física. Solo con las dolencias propias del trajín. Tal como dijo el Libertador San Martín, son achaques que hay que aguantar porque “toda casa vieja tiene goteras”.
A pesar de esto, si algún día me siento enfermo gustosamente visitaré un médico, y si me toca partir para el lado de arriba, me resignaré ante lo inevitable.


jueves, 4 de agosto de 2016

Poroto el bromista

Miguel “Poroto” Menéndez, es un vecino del paraje Dos Naciones, destacado por sus bromas pesadas. Así como hay gente habilidosa para el fútbol o la carpintería, Poroto nació con facilidad para inventar travesuras.
Una de sus hazañas más recordadas, la hizo en el baile anual de la escuelita, en el año 2006. Resulta que se conmemoraban los 50 años del colegio, y la gente de la cooperadora tuvo la idea de hacer una reunión bastante más importante que otras veces, invitando a ex alumnos y a todas las maestras vivas que habían desfilado por la escuela en tantos años. Contrataron al grupo “Los Narcóticos” de Ayacucho y planearon varias atracciones más, entre ellas, el sorteo con el número de la entrada, de un hermoso lechón carneado, listo para poner en el asador.
La fiesta fue un éxito de público. Para la una de la mañana calculaban que había unas 400 personas colmando el enorme salón de actos, moviéndose al ritmo de Los Narcóticos. De pronto, por esos misterios de la Cooperativa Eléctrica, se cortó la luz. La gente se lo tomó con calma, acostumbrada a los cortes y a manejarse con faroles en los campos. Tanteando y a las risas, siguieron moviéndose despacito en la oscuridad. No faltaron algunos toqueteos indecorosos, los gritos ofendidos de las afectadas y las barbaridades sin control dichas por los borrachines de siempre.
Pero el sorpresivo apagón sirvió para que Poroto pudiera concretar la macana que venía planeando. En un periquete agarró el lechoncito y se fue derecho hasta el lugar donde los músicos tenían sus bolsos y pertenencias, y lo escondió prolijamente en el estuche del acordeón a piano.
Al rato volvió la luz y la fiesta volvió a animarse, hasta que el primer comedido pegó el grito: -¡Se afanaron el lechón!-
Se armó tremendo despelote y Almada, el presidente de la cooperadora agarró el micrófono y dijo que si era una broma, ellos no se iban a ofender, pero que el animal tenía que aparecer. Al no haber respuesta y ya pensando que se trataba verdaderamente de un robo, decidieron pasar a la acción. No dejaron salir a nadie del salón y entre dos o tres voluntarios revisaron el montón de vehículos parados en la calle de tierra, pero sin éxito.
La cosa se ponía fea hasta que Poroto, acodado en la barra tomando un Fernet tranquilamente, le dice a Almada en voz baja: -¡Vea compañero! ¡Yo que usté reviso las cosas de los músicos, porque el viejo ese del acordeón no me gusta nada!-
Y hecho un ovillito, apareció el lechón adentro del estuche. Se armó un revoleo terrible de trompadas entre los indignados vecinos, y los músicos y simpatizantes que habían venido de Ayacucho, hasta que los milicos pararon todo con unos tiros al aire, dando por terminada la fiesta.

Al mes, se supo que todo había sido otra de las bromas de Poroto, pero ya el crimen estaba prescripto y quedó para el recuerdo. 

El hombre y el teléfono

  Cualquier empleado de campo, por más rústico que aparezca, anda con su teléfono celular en el bolsillo. La mayoría de los menores de 30 añ...